En el México precolombino, las tribus que habitaban todo el territorio hacían gala de vastos conocimientos curativos.
En Yucatán, los mayas tenían a los ah men, o sacerdotes médicos.
Entre los nahuas se llamaban tícitl.
Francisco Javier Clavijero en su Historia Antigua de México relata que una vez en Tlaxcala, durante la celebración de la Victoria de la batalla de Otumba, los hombres de Hernán Cortés, preocupados por una herida en la cabeza de Cortés que había empeorado, suspendieron la fiesta. Al saber que sus médicos lo habían desahuciado, tuvo que ser tratado por los cirujanos tlaxcaltecas.
Antonio de Solís relata este hecho de la siguiente manera:
«Maxixcatzin convocó a los médicos más insignes, cuya ciencia consistía en el conocimiento y elección de las yerbas medicinales que aplicaban con admirable observación de sus virtudes y facultades, se les debió eternamente la cura porque sirviéndose primero de unas yerbas saludables y benignas para corregir la inflamación y mitigar los dolores de que provenía la calentura, pasaron por sus grados a las que la ponían y cerraban las heridas con tanto acierto y felicidad que le restituyeran brevemente a su perfecta salud».
La herbolaria es una práctica milenaria heredada a los pueblos agrícolas por las poblaciones nómadas que ya conocían las propiedades curativas de plantas silvestres.
Actualmente se sabe que la herbolaria son sustancias químicas que como tales, tienen que ser procesadas por el hígado, por lo que este órgano está susceptible a daños derivados de estos productos con mayor frecuencia.